La semana pasada estuvimos de gripe general. Los niños son niños y, almenos los míos, no están enfermos más que un rato y deprisa se les olvida. Pero yo cogí un buen resfriado, de esos que van alternando fases de tiritar de frío con fases de baños en sudor. Así que recurrí a los clásicos que nunca fallan: plastilina.
Unos hacen construcciones complejas, otros un montón de pasteles y la más pequeña se pasa horas cortándola en pedacitos pequeños.
Hay infinidad de recetas para hacerla pero yo os dejo la nuestra. Como veréis, la «cocino» a fuego lento. No tardas más que un par de minutos y luego, si la guardas en un tupper, te dura muchos días en perfectas condiciones.
Usamos:
1 vaso de sal
2 vaso de agua
2 vasos de harina
1 cucharadita de cremor tártaro o bicarbonato de sodio
El procedimiento es fácil, los niños miden todas las cantidades y las echan en una olla. Después cuezo a fuego lento durante unos minutos y voy removiendo hasta que obtengo la consistencia típica de la plastilina.
Por último y más importante, le damos color y olor. Normalmente usamos colorante alimentario. Como quieren hacer varios colores, hacen pequeños volcanes de plastilina y añado unas gotas de colorante dentro para que amasen y distribuyan el color. También me gusta echarle una gotita de aceite esencial. Uso lavanda que es relajante y apto para los más peques. A veces jugamos con otros aceites esenciales pero siempre echando muy poquita cantidad porque ¡están muy concentrados!
Si quieres colorear toda la plastilina de un único color, echa primero el agua y el colorante en la olla y remueve hasta que el agua quede bien teñida. Después añade el resto de ingredientes.
Y así, después de unos minutos de cocina, una pudo relajarse un buen rato contemplando a los niños «trabajar».