Cuando tienes 4 hijos, la gente se sorprende. El comentario más habitual es “¿cómo lo haces? Si yo con uno/dos siento que no doy abasto…” y yo siempre suelo responder que no hay trucos, que hay días buenos y días malos y que paciencia…
Pues bien, le he estado dando muchas vueltas para poder identificar las claves de MI crianza, mis trucos.
Mucho de lo que os voy a proponer hoy tiene que ver con desacelerar, simplificar y conectar pero es que sinceramente, ¿quien no siente que la vorágine del día a día le engulle? Puede que nos estemos complicando las cosas/crianza ¿Te lo has planteado?
Para mi, la clave en la educación de mis hijos es la relación que tengo con ellos. ¿Sabéis las famosas clases de respiraciones profundas a las que asistimos durante la preparación al parto? Pues bien, desde mi punto de vista son importantes, importantísimas, pero no tanto para el parto como para los años venideros
Prácticamente todas las mujeres (y hombres) no adentramos en el mundo de la maternidad (y paternidad) con las expectativas muy altas: queremos lo mejor para nuestros hijos. Y hasta aquí bien, el problema es que nuestras expectativas van a menudo mucho más allá. Pensamos que los bebés deben dormir x horas o que los niños deben comportarse de tal o cual forma y, luego, nuestra realidad no se corresponde con lo que habíamos imaginado. Nuestros hijos no se comportan “como toca”.
Lo primero es pensar en lo que queremos lograr (para con ellos) y luego decidir cual es el mejor camino a recorrer. Es curioso porque en líneas generales, todas tenemos claro lo que queremos para nuestros hijos a largo plazo: queremos que sean felices, independientes, trabajadores, empáticos, responsables y un sinfín de adjetivos… Pero luego hay multitud de crianzas diferentes, de hecho, tantas como familias… y a diario nos encontramos con situaciones que no entran en nuestros planes o que no sabemos cómo resolver. Pues bien, hoy voy a daros algunos trucos para que estas situaciones reduzcan en número. Desde mi punto de vista, el éxito de la crianza no depende de aplicar tal o cual técnica sino de lograr construir una buena relación con nuestros hijos.
El orden de los factores no altera el producto. He numerado los trucos pero para mi, no hay un más importante que otro. El 1 es igual de relevante que el 5 y en realidad todos están interconectados.
Favorecer la autonomía: ambientes preparados
Presencia con intención
El ritmo: rutinas vs rituales
Ejemplo: seamos los adultos en los que queremos que nuestros hijos se conviertan
Simplificar: menos es más. Objetos físicos, sobreestimulación, palabras
Favorecer la autonomía: ambientes preparados
Hay niños que con 3 años pueden comer solos sin problema alguno y son capaces incluso de usar un pequeño cuchillo. Hay otros que no son capaces, pero no porque no estén capacitados, sino porque no han tenido la oportunidad de intentarlo y practicarlo.
Fomentar la autonomía de nuestros hijos no sólo permite que se “cuiden solos” (algo muy práctico cuando tienes 4 y te coge un resfriado que no te deja mover de la cama ). Que nuestros hijos sean autónomos demuestra que tienen suficiente confianza en sí mismos como para hacer determinadas actividades ellos solos. Es un reflejo de buena autoestima y también es una muestra de confianza por nuestra parte, que les permitimos intentarlo y tomar decisiones. Fomentar la autonomía no es sólo dejar hacer, es potenciar la toma de decisiones, la evaluación de las diferentes opciones, la resolución de problemas…
A los niños les encanta aprender. Durante sus primeros años de vida son como esponjas que absorben todo lo que tienen alrededor y, si les dejamos, les encanta intentar hacer las cosas por ellos mismos. Es más, lo hacen todo con ahínco y si lo tienen que repetir mil veces, lo repiten. Son perseverantes y curiosos. No lo desaprovechemos, no obstaculicemos su desarrollo.
Para permitir que nuestros hijos puedan probar y experimentar sin riesgos, el ambiente preparado es fundamental. No estoy hablando de reproducir los ambientes de un colegio en casa, me refiero algo más básico. Para que nuestros hijos puedan aprender a vestirse solos, necesitan poder acceder a su ropa. Para aprender a cepillarse los dientes, necesitan poder llegar al lavabo y poder abrir el grifo de agua…
Todo el mundo tiene claro que cuando los bebés empiezan a gatear, toca proteger enchufes y subir los objetos delicados al menos a metro de altura (si queremos conservarlos) pero a menudo la cosa cambia cuando empiezan a crecer. Y no porque les queramos menos (el amor de madre/padre siempre crece y crece) sino porque no tenemos claro en qué centrar nuestros esfuerzos como padres y tenemos PRISA. Podríamos dejar que se ataran los zapatos solos pero probablemente necesitarían 5 minutos largos y estamos ya llegando tarde…
Para que nuestros hijos aprendan deben poder practicar: vestirse, peinarse y asearse, cocinar, limpiar… Ellos quieren intentarlo y cada actividad es una gran oportunidad para el aprendizaje pero requiere de tiempo. Cocinar mano a mano con tu hijo te tomará el doble de tiempo. Dejar que se sirva solo un vaso de leche implicará algún que otro desastre al principio (leche derramada) pero estos “errores” no son más que el motor del aprendizaje: si la leche se derrama, lo limpiamos con la bayeta. Es importante adoptar una actitud positiva frente a los “errores”, entendiendo que nuestros hijos están aprendiendo, están trabajando duro para dominar nuevas técnicas, no lo hacen por fastidiarnos. Si ante un accidente nos centramos en buscarle una solución en lugar de recriminar el error, lograremos que nuestros hijos no tengan miedo de probar y seguir intentando ¿queremos que sean reslilentes, verdad?.
Lo que tenemos que tener presente es que necesitaremos de más tiempo, pero os dejo aquí algunas ideas para organizarnos mejor:
Si tienes una cita importante a una hora determinada, reserva el doble de tiempo del que crees que necesitas para prepararte. Así podrás hacer frente a los “imprevistos” familiares sin agobiarte sobremanera
Cuando quedéis con familiares/amigos… si es posible, quedad a una hora aproximada: nos vemos en el parque hacia las 6 o 6 y media
A lo largo del día, olvídate de los horarios que te habías marcado, se flexible. Si durante la vuelta del cole a casa tu hijo quiere andar por la acera evitando pisar las líneas de las baldosas, en lugar de pensar que llegaréis tarde a casa y no tendréis tiempo de hacer deberes, baños… Únete a él o déjale disfrutar este momento. Probablemente lleguéis a casa con mejores ánimos y la tarde discurra con los horarios que te habías marcado. El buen humor ayuda a que todo fluya
Se realista, con tus necesidades y las de tus hijos. No hagas planes que sabes que van a ser un problema
Fomentar la autonomía de nuestros hijos requiere, como hemos visto, de paciencia y tiempo. Por otro lado, requiere hacer apaños en casa para permitir que nuestros hijos puedan experimentar sin necesidad de estar a cada momento con un “no” o un “vigila”. Es decir, tener un ambiente adaptado o acondicionado.
Creo que todos estamos de acuerdo en que el juego es la mejor herramienta de aprendizaje. El juego al aire libre, el juego desestructurado… son conceptos de los que se empieza a hablar bastante pero a veces por el camino nos olvidamos de otra gran herramienta: la imitación. Nuestros hijos quieren imitar todo lo que nos ven hacer, desde cocinar o plegar la ropa a trabajar frente al ordenador o reparar la bicicleta. Pues bien, la finalidad del ambiente preparado es que puedan realizar todas estas actividades de forma cómoda y segura. Se trata de adaptar la casa y dejarles el tiempo necesario para que puedan realizar la actividad. Y si, puede que esto implique levantarse media hora antes por la mañana para que el pequeño se pueda vestir solo y desayunar solo pero debemos pensar más allá del objetivo a corto plazo (llegar a tiempo al colegio) y pensar en que de esta forma estamos más cerca de nuestro objetivo a largo plazo: niños felices, equilibrados, independientes, perseverantes…
Repasad estancia por estancia y aseguraros de que vuestros hijos pueden moverse y usarla con comodidad. Evitar los espacios repletos de objetos. Tratad de que sean espacios simples, no sobrecargados, dónde los niños puedan acceder fácilmente a todo lo que necesitan, desde su ropa a sus juguetes.
Analizo aquí abajo las estancias “olvidadas”, aquellas que por no ser las destinadas a los niños a menudo están poco adaptadas pero pueden representar una gran oportunidad para el aprendizaje.
EL BAÑO:
El niño debe poder llegar al retrete, al lavabo y a los grifos de agua. Podéis usar alzadores y escalones para facilitarles el acceso. También para entrar y salir de la bañera
Como los espejos suelen estar muy altos, podemos colgarles uno a su altura. Así podrán usarlos para peinarse, lavarse los dientes…
Necesitan jabón, peine, cepillo, pasta de dientes (adecuada a su edad), toalla… a su alcance
No tengamos miedo de añadir “extras”. Mis hijos tienen un cepillo para limpiarse las uñas colgado al lado de la toalla y lo usan con gusto
LA COCINA:
Durante la primera infancia, la cocina bien podría considerarse la escuela del hogar. Cocinar con tus hijos tiene un montón de beneficios más allá de compartir tiempo con ellos: practican motricidad fina, coordinación, matemáticas, ciencia, trabajo en equipo, lectura sin olvidar algo crucial: las normas de seguridad.
Usa taburetes o bancos para que los peques puedan llegar a las zonas de trabajo, al fregadero y a la nevera
Reserva los muebles de la parte baja para el menaje y utensilios que los niños vayan a usar tanto para cocinar como para poner la mesa
Nosotros tenemos también una sección de la parte baja de la nevera y uno de los muebles de la cocina donde los niños tienen alimentos que pueden comer sin ayuda
En casa hay siempre un frutero lleno para que puedan picar entre horas
La cocina es el lugar perfecto para cocer buenas relaciones con tus hijos pero no olvides nunca las normas de seguridad pues en la cocina hay utensilios que pinchan, cortan y queman. Si tu hijo no está receptivo, mejor dejar la cocina para otro momento.
Además, si no disponéis de un espacio exterior, la cocina es un buen lugar para tener un pequeño huerto de plantas aromáticas y así poder acercar la naturaleza en casa, cuidar de las plantas y usarlas cuando se prepara comida.
EL RECIBIDOR O ENTRADA:
Organizar bien la entrada nos permitirá reducir el tiempo que necesitamos para salir de casa. Creedme que puede significar un cambio grande.
Colgadores a la altura de vuestros hijos para que puedan colgar sus chaquetas
Zapateros dónde guardar los zapatos
Una zona dónde sentarse para ponerse los zapatos. Si tenéis espacio para una banqueta, genial. Si no, no hay problema, simplemente indícale a tu hijo cuál es el mejor rincón para que pueda sentarse sin ser atropellado
Si normalmente lleváis mochilas, buscad un lugar para guardarlas al llegar a casa
Si, como nosotros, los que lleváis son montones de gorros, bufandas y guantes, buscadles un lugar también. No hace falta que sea muy sofisticado, sirve un cesto grande en un rincón
Otro punto importante es organizar la ropa de vuestros hijos para que puedan acceder a ella. Nosotros optamos por cómodas con cajones cuando son más pequeños. Si os parece, os prepararé una entrada de nuestra casa “adaptada” (si no esta acabará siendo más larga que un día sin pan) pero de mientras, os recomiendo los cursos Montessorizate! y si no podéis invertir dinero en un curso, no hay problema porque tenéis también el curso Montessorizate! gratuito de Introducción a la Pedagogía Montessori.
Presencia con intención
Todos sabemos los niveles de estrés que niños y adultos arrastramos. Las listas de tareas pendientes que en lugar de menguar, se alargan a diario. Las obligaciones y las responsabilidades a menudo no nos dejan ni respirar pero tenemos que aprender a hacer una pausa. Por nuestro bien y por el de nuestros hijos. Nuestros hijos necesitan adultos conscientes o conectados (hablando en términos Montessorianos).
Nuestros hijos necesitan saber y sentir que les queremos de forma incondicional. No basta con que les queramos, ellos tienen que sentirlo así también. No es suficiente con decirlo, nuestros actos son más fuertes que nuestras palabras.
Con los años, me he dado cuenta de que la frase “ves despacio que tengo prisa” aplica en cuanto a niños se refiere. El día que tienes una cita importante, todo parece ir mal: uno de los niños no quiere vestirse ni a la de mil, otro se ha empeñado en salir en bicicleta cuando tu necesitas que suban al coche, el otro… En fin, un desastre. Y es que con tanta cita, te has olvidado de las necesidades de tu hijos y has pensado únicamente en las tuyas (necesito que se vistan rápido, desayunen y se metan en el coche en menos de una hora, ¿tampoco es tan difícil, no?). Pues bien, siento deciros que toca satisfacer primero sus necesidades.
Esto no quiere decir que ellos siempre vayan primero, que yo esté siempre en último lugar, ni mucho menos. Sólo que satisfacer de forma regular las necesidades de nuestros hijos hará que crezcan sabiendo que pueden contar con nosotros, que nos importan, que les queremos… y en poco tiempo pasarán de la época de apego extremo a la época del apego autónomo, cuando serán capaces de entender si una mañana les decimos que hoy YO necesito que te vistas rápido y te metas en el coche. Hasta que este momento llegue, hace falta pensar siempre primero en las necesidades de nuestros hijos en un momento determinado. Estas podrían resumirse en: comer, dormir, amar (ser amado), jugar y aire libre.
Las necesidades básicas tipo comer, cambiar pañales y dormir las tenemos muy claras. Las necesidades emocionales no tanto… pero son tan o más importantes. Nuestros hijos deben sentirse queridos y para ello es necesario prestarles atención. Y no estoy hablando de mirar cómo dibujan y soltar un “muy bien” mientras piensas en el email que tienen que responder con urgencia, estoy hablando de prestar atención PLENA. No hace falta siempre, nadie puede prestar el 100% de su atención a su hijo el 100% de su tiempo, pero si que hace falta hacerlo de forma regular. Podemos ver estos momentos de atención plena como una inversión de futuro, cuanto más tiempo les dediquemos a nuestros hijos de pequeños, menos requerirán de mayores. Me gusta mucho una frase de Joan Girona, que no sólo es un gran maestro, también fue MI primer maestro hombre en el colegio (y me acompañó después en el instituto). Pues bien, en su libro ““Vaig començar a anar a escola als sis anys. Memòries d’un mestre” nos dice que el tiempo que dedicamos a nuestros hijos en su primera infancia es una forma de inversión de futuro, una actuación preventiva en pro de la salud física, mental y emocional de todos y todas.
PEQUEÑA NOTA: Con todo esto, no olvidéis tampoco la necesidad de cuidar del cuidador. Para poder cuidar de nuestros hijos, debemos cuidar de nosotras mismas. Si nuestras necesidades básicas no se ven cubiertas no podremos satisfacer las de nuestros hijos de ningún modo.
Algo que he observado y que espero que os sea útil para decidir “el mejor momento” para prestar atención plena es que, hablando en rasgos muy generales, los niños presentan dos estados: activo y de introspección. Los momentos activos son aquellos en que el niño juega, se mueve… Son periodos de expansión en que el niño se relaciona abiertamente con el mundo que lo rodea. Estos momentos, se conocen en pedagogía Waldorf como momentos de expiración (cuando expulsamos el aire de nuestro cuerpo). Por el contrario, los momentos de introspección, o “inspiración” (de inhalar aire), son esos momentos en que nuestro hijo está concentrado en sí mismo, haciendo una actividad como dibujar, pintar u otras que implican poco o cero movimiento y una “gran” dosis de concentración.
Es en estos periodos de “calma”, que generalmente son más cortos cuanto más pequeño es el niño, en que trato de acercarme a mis hijos. Sin que lo pidan. Simplemente me acerco y presto atención, si la necesitan, siempre hacen algún tipo de señal (me enseñan algo, me explican…). Si me ignoran (o directamente me echan) me voy.
Siento que estos actos de acercamiento “gratuito”, sin que me lo pidan, van llenando y satisfaciendo sus necesidades emocionales y afectivas y, al sentirse satisfechos, poco a poco se van abriendo también a pensar en las necesidades de los demás.
El ritmo: rutinas vs rituales
Lo dije hace meses cuando os hablé del primer ritual que instauramos en casa pero vuelvo a repetirlo. Las rutinas se me dan especialmente mal. Mis días (y mi vida) podría definirse de cualquier modo menos rutinaria. Pero es que ya de por sí, ¿a quien le gusta la palabra? ¿No os hace pensar en repetición, en aburrimiento? A mi si… Y por eso me fuí al diccionario de la Real Academia y me encontré esto:
rutina
- f. Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática.
Que me lleva al quid de la cuestión: hacer las cosas de forma automática.
Estoy de acuerdo en que tener cierto grado de estructura y predecibilidad puede aportarnos paz a mayores y a pequeños. Saber qué nos espera en el futuro próximo nos permite afrontarlo de forma más relajada y centrarnos en vivir en el presente. Además, es cierto que las rutinas pueden facilitar en gran medida la organización familiar y ayudar a hacer las tareas más pesadas de forma más fácil PERO discrepo en la parte de la automatización y por eso en casa hace meses que nos estamos moviendo hacia los rituales.
¿La diferencia entre rituales y rutinas? La intención o presencia. La actitud. Si en lugar de movernos durante el día con la lista de deberes (tengo que hacer tal y cual y después lo de más allá…) nos movemos sintiendo gratitud, podemos cambiar los “tengo que” por “quiero”. Podemos incluso disfrutar de lavar los platos y no hablo solo de ponerse los cascos para escuchar música y lavar mientras se canta a grito pelado (que también es un ritual del que disfruto) sino que en los momentos difíciles, nos podemos recordar por qué estamos lavando los platos: para tener platos limpios para cenar, para que mis hijos puedan disfrutar de la cena, porque les quiero. Únicamente con esta cascada de pensamientos podemos mejorar nuestro estado de ánimo significativamente.
Pero ahora vayamos a la crianza. Si podemos cambiar esos actos automáticos por momentos compartidos, nuestros hijos se sentirán aún más queridos y saberse queridos hará que tengamos una mejor relación (y mejorará su autoestima). Además, establecer nuevos rituales puede ayudarnos a manejar esas situaciones que de otra forma pueden resultar tediosas. En casa por ejemplo, la transición de la cena a la cama (hora de los libros/cuentos) nos cuesta bastante. Estamos todos cansados. Cambiar la rutina del pijama + lavar dientes + pipís por un ritual nos ha ayudado mucho. ¿Y cómo lo hacemos? Pues hacemos lo mismo, hacemos pijama + dientes + pipís pero, o bien mi compañero o bien yo, les acompañamos durante el proceso, con buen humor. Aprovechamos para conectar y compartir con ellos, lo que hablábamos en el punto anterior sobre prestar atención y estar presentes.
¿Otros rituales? Como he explicado, nosotros empezamos por encender una vela cuando nos sentábamos todos a cenar. Un gesto sencillo que de verdad puede generar todo un cambio. Ahora la encendemos cada vez que nos sentamos juntos en la mesa, ya sea para comer o para jugar a un juego de mesa o para “trabajar” (a veces mis hijos dicen que trabajan cuando preparan textos, escriben libros…). También usamos desde hace años una canción para recoger los juguetes. La aprendí de mi hermana y con el tiempo me he dado cuenta de que si me pongo a cantarla con alegría mientras empiezo a recoger, los niños me siguen con gusto. Nunca me lo había planteado como un ritual pero al escribir este texto me he dado cuenta de que sí, lo es, porque lo importante no es la canción que canto sino mi actitud. ¿Más ejemplos? Los viernes, regamos las plantas y lo usamos como un pequeño homenaje a la vida (para que nuestras plantas sigan creciendo felices) y una celebración de que llega el fin de semana y papá podrá compartir un par de días con nosotros.
La verdad es que la acción en sí no es lo más importante, lo importante es la actitud, así que os recomiendo que tratéis de identificar cuáles son los momentos o las transiciones que os cuestan más y tratéis de convertirlas en un pequeño ritual. No queráis empezar mil cambios a la vez, más vale ir despacio. Ahora probáis una cosa durante unos días y evaluáis si funciona para vosotros o no. No tengáis miedo de equivocaros, si no se intenta no se descubre lo que sí funciona. Cuando el cambio os salga ya espontáneo, cuando ya nadie se pregunte por qué encendemos una vela, cuando nos salga de dentro, podemos intentar hacer otro cambio más. Despacito, sin prisas, se trata de ir construyendo nuestros rituales. Os dejo también esta entrada de Andrea Amoretti que puede ayudaros a crear nuevos rituales.
Decir que no tienen por qué repetirse a diario. Podemos tener rituales también para las situaciones especiales: para los cumples, para cuando el peque está malito, para cuando papá/mamá se ha ido de viaje… Para lo que encaje con vuestra vida.
Ejemplo: seamos los adultos en los que queremos que nuestros hijos se conviertan
Este punto está tan claro y es tan complicado a la vez… ¿Cómo voy a pedirles a mis hijos que sean respetuosos, empáticos, perseverantes… si yo no lo soy? Porqué “haz lo que digo pero no lo que hago” NO funciona. Nuestras acciones pesan mucho más que nuestras palabras. Nuestra mejor forma de transmitir valores es usarlos, practicarlos nosotros mismos.
Así es como la crianza de nuestros hijos se convierte en un camino de crecimiento personal. Quiero ser mi mejor yo para poder dar lo mejor a mis hijos. Pero cuidado, no caigamos en la trampa de atormentarnos si un dia “fallamos”. Todos podemos pegar un grito alguna vez. Yo la primera. Hay días que estoy cansada, al límite, ha sucedido algo que me tiene inquieta, nerviosa o triste… Y al final exploto. Con mis hijos. Y les pego un grito. Pero tengo dos opciones: atormentarme pensando lo mala madre que soy, el mal ejemplo que doy… O hablar con ellos, pedir perdón y explicar cómo me siento.
No estoy hablando de contarles todos nuestros problemas, nuestros hijos no son nuestros psicoanalistas… Pero sí explicarles en un grado que ellos puedan entender (en función de su edad y su madurez) qué es lo que te ha llevado a actuar así. Saber que yo también me siento triste a veces, o cansada, o enfadada o incluso rabiosa, es una forma más de validar sus propias emociones. A mamá también le pasa a veces… Pediremos disculpas y, para la próxima, antes de abrir la boca trataremos de mirar primero con perspectiva. Darnos cuenta si nos estamos equivocando de nuevo, si vamos a arrepentirnos luego de lo que hemos dicho u hecho, si realmente estamos actuando como nos gustaría que actuaran nuestros hijos: con respeto.
Simplificar: menos es más. Objetos físicos, sobreestimulación, palabras
Ya se que suena mucho a topicazo pero en crianza (y en la vida) a menudo menos es más. La gran mayoría vivimos en relativa abundancia, con muchas cosas (objetos materiales) pero muy poco tiempo. Este contexto de “mucho” y “rápido” hace que nuestros hijos no puedan profundizar en la forma que exploran el mundo.
Reducir o simplificar se trata no sólo deshacerse de objetos (transformando nuestro entorno físico), sino de crear espacio en tu vida para centrarte en aquello que de verdad te importa. Además, hacer “limpieza” transforma también nuestra estado emocional.
Me gustaría centrarme en 3 aspectos que me han ayudado en la crianza:
Reducir el número de objetos (concretamente juguetes) que poseemos
Reducir los niveles de (sobre)estimulación
Reducir las palabras. Escuchar más y hablar menos
Es increíble como simplificando, llegamos a tener una mayor conexión con nuestros hijos.
Empiezo con lo fácil, los juguetes. Reducir el número de juguetes tiene un efecto muy fácilmente observable, nuestros hijos empezarán a jugar con todos sus sentidos agudizados. Con mayor atención y concentración. No se perderán en la gran marea de posibilidades ni irán saltando de un juguete a otro hasta probarlos todos.
Cómo es más fácil decidir qué no queremos, empiezo con una lista de aquellos juguetes que se pueden desechar sin contemplaciones:
Juguetes rotos o con piezas perdidas
Juguetes que no se corresponden con el nivel de desarrollo de tu hijo (si van a ir bien en un futuro próximo, puedes guardarlos pero fuera del alcance del niño)
Juguetes con usos muy limitados. Vamos a priorizar aquellos juguetes con finalidad abierta, es decir, que puedan usarse de muchas formas (¡a excepción de los juegos de mesa!)
Juguetes que se rompen fácilmente
Juguetes repetidos
No hace falta que tiréis a la basura aquello que no queréis. Dejando aparte los juguetes rotos, el resto pueden darse a una ONG u hospital, venderse de segunda mano, reciclarse o llevarse a un banco de intercambio (hablaré más abajo de ello).
Escoger los que sí queremos mantener puede ser algo más complicado. Os animo a que os hagáis preguntas cómo:
¿estimula la creatividad y/o el aprendizaje?
¿estimula el juego con otros niños/adultos?
¿estimula al niño a hacer/pensar/sentir?
¿puede usarse de varias formas?
¿es atractivo?
¿es duradero?
¿es seguro?
¿va a resultar interesante pasados los dos primeros días?
Y para que os sea aún más fácil escoger, os hago también una lista de NUESTROS básicos. Remarco lo de nuestros porqué no todos los niños tienen los mismos intereses y puede que nuestros básicos reflejen los intereses y necesidades de nuestra familia.
Juego simbólico (imitar roles)
Construcciones y otros materiales desestructurados
Materiales artísticos
Libros
Juguetes que favorezcan el movimiento / juguetes de exterior
Disfraces
Exploración / investigación / ciencia
Instrumentos
Puzles
Juegos de lógica
Juegos de mesa
Al final de la selección, seguiremos teniendo muchos juguetes y poco espacio para organizarlos de forma sencilla, sin acabar con estanterías llenas a rebosar. Hemos visto en el truco número uno la importancia del ambiente preparado y uno de sus requisitos es que sea simple, que permita un acceso fácil a los juguetes y materiales. Pues bien, hay varios sistemas que podemos utilizar para tener acceso a un mayor número de juguetes sin comprometer el espacio:
Sistema de rotación o banco de juguetes dentro de casa. Se trata de tener una caja grande, un baúl o una estantería en el trastero (lo que encaje con vuestra situación/casa) y guardéis todos los juguetes que queréis conservar pero no os caben. El funcionamiento es simple, para coger un juguete de la caja, hace falta dejar uno también. Así el número de juguetes dentro/juguetes fuera se mantiene.
Banco de juguetes en el colegio, la ludoteca… En Escocia son muy típicos. Hay grupos de crianza en todos los barrios y muchos de ellos tienen un banco de juguetes que funciona como una biblioteca. Tomas el juguete en préstamo y lo devuelves al cabo de un tiempo determinado. En Lleida, nuestra última ciudad cuando vivíamos en Catalunya, puedes encontrar ludotecas como la ludoteca municipal del Parc de Gardeny o jugueterías como el Niu de Jocs, que ofrecen servico de préstamos de juegos, sobretodo de juegos de mesa. Es una idea muy bonita y práctica y si no tenéis acceso a ninguno, os animo a que creéis vuestro banco de juguetes en el colegio o en el lugar dónde os encontréis con otras familias.
Sigo con un tema que genera siempre controversia, la (sobre)estimulación. Encontrar el equilibrio entre estimulación y sobreestimulación puede resultar complicado pero la segunda, puede ser igual que perjudicial que la falta de estimulación.
Hoy en día nuestros hijos reciben estímulos constantemente y se mueven de actividad estructurada a otra. ¿A qué me refiero con actividad estructurada o desestructurada?
Actividad estructurada:
Actividades donde hay unas normas que seguir
Actividades en que tenemos unos objetivos que cumplir
Actividades dirigidas
Ejemplos: classes de cualquier tipo, practicar un deporte, jugar a juegos de mesa, puzzles, jugar con apps, videojuegos…
Actividad desestructurada:
Actividades en que el niño establece sus propios objetivos
Ejemplos: construcciones, juego simbólico, juego libre, arte y manualidades no dirigidas
Y con esto no estoy diciendo que las actividades estructuradas sean malas, al contrario, ¡son necesarias! El problema es que a veces nos parece que éstas “enseñan más” y nuestros hijos acaban sin actividades desestructuradas pues las “dirigidas” ocupan todo el tiempo disponible. En nuestras ansias de darles lo mejor, no les dejamos tiempo para realizar actividades que les salgan de dentro, donde ellos deciden, crean e inventan. A veces parece que pongamos el foco en hacer (más y más) y nos olvidemos de ser. Las actividades desestructuradas permiten que nuestros hijos sean.
A menudo nos da miedo que nuestros hijos se aburran y les ofrecemos actividad tras actividad pero el aburrimiento es también positivo pues da paso a que sean nuestros propios hijos los que usen su imaginación y creatividad para desarrollar un nuevo juego. Hacer espacio en sus agendas para que puedan disfrutar de tiempo desestructurado me parece crucial, aunque implique “renunciar” a alguna extraescolar.
Y acabo ya, con simplificar palabras. Este es un ejercicio que personalmente no me ha resultado fácil. Se trata de escuchar más y hablar menos. A veces, con las prisas, tengo tendencia a acabar las frases de mis hijos o a darles información sin que lo pidan. Pues bien, hace tiempo que trato de escucharles sin hablar. Es una forma más de prestarles mi atención y siento que es muy fructífera. Escuchar sin prisas.
Simplificar las palabras implica también tener más cuidado con las conversaciones que pueda tener frente a mis hijos y evitar sobretodo los mensajes negativos cuando son muy pequeños. No me refiero a “negarles la realidad” y pintarles el mundo como un lugar perfecto sino a tener presente que los niños se montan sus propias historias a partir de lo que escuchan y estas pueden no tener nada que ver con la realidad.
Por poner un ejemplo, hace unos meses nuestra cuarta hija se cayó de una silla y perdió el conocimiento. Yo le grité a mi mayor que llamara a papá, que le dijera que nos íbamos al hospital porque la pequeña había perdido el conocimiento. Pues bien, el tercero (5 años) se pasó horas muy extraño, no era el mismo y yo no sabía qué le pasaba hasta que hablando, descubrimos que, cuando dije que su hermana había perdido el conocimiento, se pensó que ya nunca más nos iba a conocer-reconocer.
Con esto no quiero decir que hubiera sido mejor evitarle el episodio del accidente a mi hijo, los accidentes forman parte de la vida y superarlos nos ayuda a crecer en muchos sentidos. Con esta historia lo que quiero ilustrar es que los niños pequeños absorben ideas, pescan palabras, y con ellas montan “películas”. Por ello, cuando tengo el día gruñón y necesito desahogarme y hablar de lo mal que está el mundo, etc… trato de hacerlo cuando los más pequeños no están presentes. Mi hijo mayor tiene ya suficiente madurez para hablar de estos temas pero los más pequeños podrían quedarse con ideas equivocadas y añadir miedos u estrés en sus vidas.
En mi camino por simplificar palabras he eliminado también los elogios por considerarlos una forma más de premiar. Si os apetece, escribí un artículo al respecto hace unos meses: los peligros del refuerzo positivo.
Y bien, para finalizar, os hago un pequeño resumen de mis trucos para lograr una buena relación con mis hijos. Los que me han ayudado a disfrutar más de su crianza:
Favorecer la autonomía: ambientes preparados. Un ambiente preparado puede ser el mejor profesor para nuestros hijos
Presencia con intención o la importancia de prestar atención a nuestros hijos
El ritmo: rutinas vs rituales. Un cambio de actitud que puede hacer nuestros días más llevaderos
Ejemplo: seamos los adultos en los que queremos que nuestros hijos se conviertan
Simplificar: menos es más. Objetos físicos, sobreestimulación, palabras
¿Cuáles son tus trucos? ¿Los compartes aquí debajo en los comentarios?
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